Historias con paisajes de agua
Saidler conoce
el valor que adquiere un objeto –su sola mención– en el marco de una historia.
En el cuento que abre el volumen –“En la mitad del río”– ese objeto es una
fotografía “donde se ve el río y el cielo, nada más”. Tomada por el padre de la
protagonista, en torno a ella girará el recorrido que la lleve hacia el núcleo
del dilema: la búsqueda de la propia identidad. Tema, el de la identidad – ya
sea conquistada a través de una actitud, enraizada en la propia historia o
desdibujada por circunstancias externas– que va a hacerse presente también en otros
cuentos. Como en “El Paraíso”, la
epopeya de una anciana que decide enfrentar la indiferencia de quienes van a
talar el último árbol de la cuadra, plantado por su difunto marido. O en
“Caracola”, donde el personaje, otra anciana recluida en un hospital, recuerda
un verso que alguna vez le fue dedicado por una mujer. Al hilvanar con
habilidad fragmentos que adoptan el punto de vista de la anciana o el de la
médica que la atiende, la autora deja entrever la historia de un amor adúltero,
lésbico, doblemente prohibido para la moral opresiva de una sociedad
pueblerina.
Puede
tratarse de una fotografía, de un árbol o –como en “Caracola”– de la línea de
un poema que perdura en la memoria: el objeto está siempre cargado de
afectividad y es a través de él que los
personajes ensayan el gesto heroico, la resistencia que le da sentido a su
itinerario vital. Entre tanto escriben, dibujan o toman fotos de paisajes en los que la presencia del agua se
reitera. Llama la atención su protagonismo y su fuerza en tanto símbolo de un
mundo emocional, inconsciente, primario, desde el primer relato hasta el último.
En éste, que da nombre al libro, la violencia de la inundación provocada en un
pueblo como consecuencia de la construcción de una represa, el exilio y las
penurias de una familia se narran a través de la mirada de una niña de doce
años. Alerta y en precario equilibrio entre el desconocimiento del drama que se
le oculta y la propia intuición es desde allí, desde la ignorancia y el estupor
del personaje, que Saidler construye la tensión. Como si le resultara sencilla
e innata la vieja sabiduría de dosificar lo que se muestra y lo que se calla
para develar así, paso a paso, los acontecimientos. Y que al final relumbre el
sentido, la hondura del conflicto que atraviesan sus personajes.
Fuente: Revista Ñ, 9 de mayo de 2015.
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