viernes, 24 de julio de 2015

Acerca de "La resistencia de los árboles", de Élida Saidler

Historias con paisajes de agua


          
  Desde el principio, la escritura de los cuentos que integran La resistencia de los árboles, primer libro de Élida Saidler, invita al lector a involucrarse. Precisa, de un ascetismo extremo que linda con la sequedad, trasluce sin embargo una mirada poética que incita a bucear en las sucesivas escenas que componen sus tramas mínimas. 
Saidler conoce el valor que adquiere un objeto –su sola mención– en el marco de una historia. En el cuento que abre el volumen –“En la mitad del río”– ese objeto es una fotografía “donde se ve el río y el cielo, nada más”. Tomada por el padre de la protagonista, en torno a ella girará el recorrido que la lleve hacia el núcleo del dilema: la búsqueda de la propia identidad. Tema, el de la identidad – ya sea conquistada a través de una actitud, enraizada en la propia historia o desdibujada por circunstancias externas–  que va a hacerse presente también en otros cuentos. Como en  “El Paraíso”, la epopeya de una anciana que decide enfrentar la indiferencia de quienes van a talar el último árbol de la cuadra, plantado por su difunto marido. O en “Caracola”, donde el personaje, otra anciana recluida en un hospital, recuerda un verso que alguna vez le fue dedicado por una mujer. Al hilvanar con habilidad fragmentos que adoptan el punto de vista de la anciana o el de la médica que la atiende, la autora deja entrever la historia de un amor adúltero, lésbico, doblemente prohibido para la moral opresiva de una sociedad pueblerina.
            Puede tratarse de una fotografía, de un árbol o –como en “Caracola”– de la línea de un poema que perdura en la memoria: el objeto está siempre cargado de afectividad y es a través de él que  los personajes ensayan el gesto heroico, la resistencia que le da sentido a su itinerario vital. Entre tanto escriben, dibujan o toman fotos de  paisajes en los que la presencia del agua se reitera. Llama la atención su protagonismo y su fuerza en tanto símbolo de un mundo emocional, inconsciente, primario, desde el primer relato hasta el último. En éste, que da nombre al libro, la violencia de la inundación provocada en un pueblo como consecuencia de la construcción de una represa, el exilio y las penurias de una familia se narran a través de la mirada de una niña de doce años. Alerta y en precario equilibrio entre el desconocimiento del drama que se le oculta y la propia intuición es desde allí, desde la ignorancia y el estupor del personaje, que Saidler construye la tensión. Como si le resultara sencilla e innata la vieja sabiduría de dosificar lo que se muestra y lo que se calla para develar así, paso a paso, los acontecimientos. Y que al final relumbre el sentido, la hondura del conflicto que atraviesan sus personajes.

Fuente: Revista Ñ, 9 de mayo de 2015.


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