martes, 12 de noviembre de 2013

Primeras lecturas de "Un detalle trivial": Hugo Correa Luna

Por fin leyó Hugo Correa Luna, gran maestro, entrañable y generosa persona, como hay pocas.
Aquí, sus palabras:


Presentación para M. J. Eyras
(1 de noviembre, 2013)


Cuando nos encontramos a diario con lo trivial, simplemente lo dejamos de lado, como aquello de lo que no vale la pena ocuparse o como algo a lo que prestaremos una atención fugaz, tal vez un poco robada a nuestro tiempo; en todo caso, en la larga ristra de los minutos que se llevan nuestro día, le dedicaremos un par que nos distraiga un ratito. Y quizás, a veces, incluso, después nos avergonzaremos un poco bajo la sensación de que hemos perdido el tiempo. Ahora, escarbando alrededor de lo trivial, me encuentro algo inesperado: la cantidad de palabras –sinónimos, diríamos si creyéramos en los sinónimos– con que la lengua persigue eso: banal, superfluo, superficial, vano, vacuo, desdeñable, también una pavadita, o –buscando recrear una y otra vez cierto desprecio– una boludez. Hay más, claro, pero lo inquietante es todo lo que invierte el idioma en lo que al mismo tiempo invita a clasificar como indigno de atención.
Al leer este libro que María José, audaz y generosamente, me invita a presentar, busqué como un poseso aquello trivial que se promovía a la altura de título; de la obra y de uno de sus cuentos. Desde ese momento, me instalé en una paradoja: la operación que pone el foco en aquello que por definición habría que dejar a un costado, por su misma naturaleza traiciona a su objeto. Nos obliga a la desproporción, lo arrancamos de su trivialidad para hacerlo crecer, le dedicamos un tiempo, una atención que no quiere, de la que huye. Por eso, es claro, nunca lo iba a encontrar: está destinado a pasar desapercibido y cuando se nos presenta ya dejó de ser trivial.
Por supuesto, repitámoslo: nada es trivial en un texto. Todo está ahí para convocarnos y simultáneamente perdernos en los múltiples sentidos en que se abre. Esto que ahora digo sí que es de veras algo trivial por su obviedad.
Busquemos, entonces, por otros caminos. No perdamos el tiempo en el descubrimiento del detalle trivial que nos propone María José Eyras. Veamos qué hacen sus personajes.
Lo que hacen es situarse en una encrucijada, en un punto en que toman conciencia del tiempo perdido, en una edad en que los padres empiezan a irse y también los hijos, o en una edad en que el amor está asediado por la costumbre. En todo caso, un momento en que se aparece la necesidad de un cambio de rumbo: un presente repentinamente vaciado, un pasado que se percibe como algo perdido y un futuro que no quiere parecerse a ese presente.
En suma, descubren que están hechos de tiempo, irremediablemente. De una sustancia que, diría Agustín, ya no es porque es pasado, o bien está siempre dejando de ser como es el presente, o que todavía no es como el caso del futuro.
La narración también es puro tiempo, es el modo en que manipulamos la experiencia del tiempo. Es el instrumento con que podemos ponerlo en evidencia, mostrarlo como lo que es, desenmascararlo; es aquello en que las tres patas, pasado, presente y futuro, son lugares concretos, a donde se puede ir, y a donde los personajes de este libro efectivamente van. Nuestra palabrita, trivial, después de todo, alude en su etimología a tres ramas de un camino. Habrá un personaje que opte por el pasado, como ocurre en “El mandado”; otro cuento nos deja en la esperanza –tenebrosa sin duda– de un futuro que, deseamos, no ocurra, en “Mundo cercado”; otros optan por la incertidumbre angustiada de un presente en el caso de “En el balneario”.
Hay, sin embargo, dos relatos extraños quizás al cuerpo del libro. Curiosamente, se trata del primero y el último. Detalle nada trivial, si se me permite. Esa ubicación me parece una sabia arquitectura del libro: sabemos del incordio que es decidir un orden en un libro de cuentos. Sabemos, también, que el lector no suele respetarlo. Pero ahí está y es otra de las riquezas que nos ofrece Un detalle trivial.
Son dos relatos que profundizan lo enigmático. Además, si en los otros el movimiento es, al cabo, un viaje hacia lo más interno y recóndito de los personajes, estos dos son algo que va hacia afuera, como soluciones distintas de la paradoja del tiempo.
El primero puede leerse como una metáfora de la escritura. Su título, “Fénix”, lo ilumina con ese talento que María José tiene para el detalle, para lo preciso de una comparación o una metáfora. Voy a decir solamente que la solución al tiempo, en él, está en morir y renacer, que es lo que ocurre con la escritura cada vez cae en manos de un lector. El mito del eterno retorno.
El último, “La proeza de Leocadia”, también invoca la posibilidad de trascender la muerte.
En ambos, un arte, de la palabra o del pincel, firmemente ligado al cuerpo y a la vida, preside el proceso.
Según vemos, en este recorrido superficial que hago, nada parece tan trivial como nos anuncia el título, que se vuelve una ironía o una modestia de su autora.
Finalmente, como esto no ha sido más que una lectura más entre todas las posibles y, también, como una presentación de un libro es ante todo una invitación a la lectura, quiero decir algo menos banal: María José escribe muy bien, su escritura nos lleva de la mano de una precisión por zonas que, justamente, por imprecisas, requieren climas y tonos. En cada cuento la palabra de María José Eyras nos va envolviendo en sus preguntas, en sus sensaciones. En la narrativa algo de lo que se dice debe resonar en nuestra experiencia, sernos familiar, y eso ocurre aquí al extremo de que pronto, sin saber cómo, cada personaje, a medida que avanzamos en la lectura, casi parecemos ser nosotros. Y cuando estamos a punto de serlo definitivamente, aparece el enigma que nos cuestiona, nos llena de preguntas en las que cerramos el libro para volver a abrirlo, como el ave fénix.
No es poco y yo le agradezco a María José la existencia del libro y el honor de formar parte de su acontecimiento.
Muchas gracias

Hugo R. Correa Luna
 
Con Hugo Correa Luna. Detrás, la biblioteca de la Fundación Tomás Eloy Martínez.


Primeras lecturas de "Un detalle trivial": Cecilia Sorrentino

Cecilia, junto a quien coordinamos el taller de lectura "Una escritura propia", con su habilidad innata para encontrar fragmentos e ideas que iluminan un texto, dijo:



             Voy a contarles algo a propósito de “La proeza de Leocadia”, el último de los cuentos de este libro y mi preferido. Lo leí hace mucho y me atrapó; quiero decir que sentí eso que nos sucede cuando la ficción poética nos toca, nos conmueve. Ese encuentro inesperado que después permanece en nuestro recuerdo.
            “La proeza de Leocadia” es un relato de otro tiempo, del tiempo en el que Goya vivía sus últimas horas, así que estamos hablando de 1828. Recuerdo que en el momento de mi lectura disfruté sobre todo de la voz que narra esta historia; una voz que también resulta antigua. De modo que hice una “instantánea” y guardé el relato como se guarda lo bello en la memoria: junto a lo verdadero.  
No lo pensé entonces, pero lo cito ahora: de esta verdad habla Aristóteles cuando define a la poesía más filosófica y más verosímil que la historia. Mientras que la historia cuenta acciones particulares de los hombres, la ficción poética nos revela lo que los seres humanos serían capaces de hacer.

            Me gustaría compartir algo de esa voz antigua que, como les decía, se deja oír en este cuento, así que voy a leerles la primera página:

            –¡Leocadia!
            El pintor la llamaba a cada instante. Desde que la fiebre lo devoraba, Francisco  de Goya y Lucientes no se levantaba ni siquiera a mirar el atardecer por la ventana, como acostumbraba al principio de su larga enfermedad.
            –Leocadia,  por favor...– repitió con voz débil.  A Leocadia , que estaba en la cocina , le pareció escucharlo. Apoyó el canasto con verduras sobre la mesa, al lado de tres gallinas que esperaban para ser desplumadas, suspiró y se limpió las manos en el delantal. Robusta  y a la vez delicada, Leocadia hubiera enamorado a Rubens. De hombros anchos, labios finos,  una rubia sensualidad asomaba bajo las ropas campesinas  balanceándose en las escaleras.
Arriba, la habitación estaba en penumbras, como suele ser hábito y necesidad de los moribundos. Leocadia entreabrió las pesadas cortinas de brocado que dejaron ver un rectángulo de cielo y monte. La luz se derramó sobre un arcón cubierto por un paño de seda, brillaron los frascos con medicinas, el aceite en la tisana y el cuero del misal cerrado. Tomó la jarra  al pie de la cama y se acercó  al enfermo.
La cabeza, que había recorrido su cuerpo multiplicándose en bocas ávidas, caía hacia atrás. Amorosamente la levantó , hundiendo los dedos en la cabellera oscura y desmelenada  que colgaba  fuera del lecho como si también estuviera exangüe. Beba, maestro, dijo mientras vertía agua en su mano y la llevaba como cuenco a los labios de él.
Leocadia supo que no tardaría en morir, que la habitación quedaría vacía y se iría con el cuerpo su secreto placer: la certeza de saber que estaba allí. Siempre, a merced de sus deseos, para poder mirarlo, escucharlo y atenderlo. Hasta ese día.


            Quizás un año o dos después de leer “La proeza de Leocadia”, encontré una obra extraordinaria de Todorov:  Goya a la sombra de las luces, publicada por Galaxia Gutemberg. Todorov dice allí que las pinturas de Goya son ensayos filosóficos, que en ellas se revelan las sombras del siglo de las Luces. Dice que la pintura de Goya no es sólo visión, sino también pensamiento; y que debajo del enorme pintor que fue, está el gran pensador que convirtió el dibujo en un idioma con el que formular reflexiones al alcance de la más elevada filosofía.
Brindando con Cecilia, minutos después.
            Y acá viene la experiencia que quiero compartir con ustedes y que espero contar sin revelar el final del cuento, aunque confieso que mi intención es la de tentarlos con su lectura. Mientras leía a Todorov pensaba: claro, por eso Leocadia hizo lo que hizo. Leía, y pensaba en Leocadia, en lo que ella indudablemente sabía o no hubiera hecho lo que hizo. Dicho de otro modo: Todorov estaba confirmando el relato de María José. Y por un instante, un instante maravilloso, yo había olvidado que “La proeza de Leocadia” es una ficción. Pero es que es así: cuando la ficción poética nos toca, cuando conmueve, lo hace como la revelación de una verdad.







lunes, 11 de noviembre de 2013

Primeras lecturas de "Un detalle trivial": Ariel Bermani

Aquí, en sucesivos posts, los textos de Ariel Bermani, Hugo Correa Luna y Cecilia Sorrentino en la presentación de mi libro. Las lecturas de un libro completan el círculo ( escribir–publicar– ser leído), es decir, completan el hecho artístico, me dijo Hugo con su bondadosa sabiduría, en el bar, cuando lo invité a la mesa. Estas que ahora comparto, de lectores de lujo, reconfortan en la soledad y la vacilación de la escritura, abren, con su lucidez, el juego.
Por orden de aparición, primero, las palabras de Ariel:


¿Detalles triviales?
Una lectura de los cuentos de María José Eyras
Ariel Bermani

            J.D. Salinger le dedicó una parte importante de su obra a varios integrantes de una familia de ficción que, al menos a mí, me cuesta pensar sólo en el marco de la ficción. Me refiero a los Glass. Seymour, el primero de los hijos del matrimonio Glass, con su suicidio en plena luna de miel, es uno de los personajes literarios que siempre vuelven cuando leo, cuando escribo.
Como muchos otros que le dedican una parte ancha y jugosa de su vida a la literatura, pasé muchas horas discutiendo en talleres y en conversaciones con amigos el por qué de ese suicidio. ¿Por qué se mató Seymour Glass?
            Estas son algunas de las sensaciones que genera la literatura de buena manufactura. Creemos en lo que estamos leyendo. Pensamos que los personajes de ficción se parecen a las personas. Incluso, muchas veces, nos sentimos más cerca de los personajes de los libros que de las personas que nos rodean.
            Si menciono ahora a Salinger es porque mientras leía el libro de María José Eyras me acordé de él. Y eso ya es una buena manera de pensar el libro que estamos presentando hoy. ¿Qué tienen en común J.D. y María José? La prosa de Salinger es acelerada e irónica, la prosa de Eyras es lenta y suave. Las historias de Salinger están atravesadas por lo social y, en especial, por la segunda guerra mundial. Las historias de Eyras se detienen en la vida privada, a sus narradores les importa más el devenir cotidiano, la microfísica de las relaciones humanas.
¿Qué los une, entonces? ¿Por qué Un detalle trivial me hizo pensar en la familia Glass?
            La familia Glass, la familia. Creo que ahí está la clave. No es casual que el primer libro de María José Eyras haya sido sobre la maternidad. Sus cuentos piensan y problematizan la familia. Al menos el modelo que conocíamos hasta ahora, ese modelo que empezó a resquebrajarse en las últimas décadas. Están protagonizados por  mujeres en crisis. De todas maneras, para cortar la serie, también hay  hombres en crisis, en Un detalle trivial. Como el narrador de “La pista de ceniza”. Hay otro cuento, además de “La pista de ceniza”, donde los hombres llevan adelante la acción: se trata de “Mundo cercado”. Cuando hablo de crisis me refiero a que están insatisfechos, necesitan un cambio de aire, un cambio de vida.
            Así como suelo preguntarme por qué se mató Seymour Glass, me está pasando algo similar, en este momento. Me pregunto qué les pasa a los personajes de María José Eyras. Qué quieren. 
“Las manos”, tal vez el cuento más logrado de la serie, empieza así: “Es viernes. Me había propuesto tocar el violín, hacer el intento de improvisar o por lo menos, si no lo lograba, repasar las partituras para el ensayo del lunes. Pero como en las últimas semanas, me he quedado detenida, dando vueltas, ordenando los dormitorios. Sin decidirme, una vez más, a sacarlo del estuche”.
No hay una apuesta por cambios estructurales, en este libro. No se cuestiona el género cuento. No hay un intento de ruptura con la lengua, o un intento de incorporación de nuevas maneras de pensar el texto narrativo. No le interesa, a María José Eyras, trabajar con procedimientos literarios no tradicionales. Lo que realmente le importa es ponerse en el lugar de sus personajes. El lado humano de lo literario. No se trata de detalles triviales, justamente, lo que se narra.  Abrir o no el estuche de un violín, implica, también, abrirse o no a la vida. Buscar otros modos de relacionarse. En eso están  los personajes de María José Eyras y, a diferencia de la familia que construye Salinger  en la ficción, las familias de María José no se rompen, no se sienten fracasadas. Los personajes no se suicidan. Siguen su camino, siempre, a pesar de que, la mayoría de las veces, no sepan cómo seguir.
                         
           








sábado, 9 de noviembre de 2013

"Un detalle trivial" en la Fundación T.E.M.

Y finalmente llegó el día, y ya me corren como una jauría hambrienta los que le siguen detrás y ha pasado una semana desde el viernes 1º en la Fundación T.E.M., día de clima con anunciados temporales. Pero la lluvia que cayó durante horas no detuvo a amigos ni a amores, ni a compañeros ni a  lectores de los talleres ni a tanta gente querida que vino a acompañarme desde todos los barrios de Buenos Aires, El Pato, Ituzaingó, Dolores, Puerto Madryn.

Ahora, tiempo de agradecer.....A la Fundación TEM, que albergó a los valientes (cada invitado, ese día, valía por dos o más!!!) y a Ezequiel Martínez, el anfitrión, para comenzar.


Llegando al patio de la Fundación.

La cálida bienvenida de Ezequiel Martínez


Recibiendo las felicitaciones de un lector de Ñ

Con Ariel Bermani, Hugo Correa Luna y Cecilia Sorrentino: un lujo  de presentadores

Un cierre feliz, increíblemente feliz!!!!! Ahora, a apoyar la circulación del libro y a seguir escribiendo... ¡¡¡Gracias a toda mi gente!!!