martes, 24 de julio de 2012

El novelista ingenuo y el sentimental, Orhan Pamuk. Reseña






Una lectura muy placentera para quienes aman leer novelas o se interesan en el arte de escribirlas. 
El novelista ingenuo y el sentimental, último libro de Orhan Pamuk, nace de la invitación a las conferencias públicas de la Universidad de Harvard creadas en 1925, las mismas en las que  trabajó  Italo Calvino gestando sus “Seis propuestas para el próximo milenio” cuando lo sorprendió la muerte. Frente a la perspectiva de estas conferencias, Pamuk se apoya en dos obras:Aspectos de la novela, de E.M. Forster, “un libro anticuado”, “relegado a los programas de escritura creativa” “que merecía recuperar la reputación perdida” y Teoría de la novela, “escrito por de György Lukács antes de convertirse en marxista”. Las reflexiones y metáforas del escritor turco anclan en su biografía y en su propia experiencia a la hora de escribir y leer novelas. “Espero que el lector tenga en mente que este libro se ha escrito desde el punto de vista de un escritor autodidacta que cumplió la mayoría de edad en Turquía, una cultura con una tradición bastante débil de escritura de novelas y lectura de libros” dice en el epílogo. Acaso fruto de una temprana y luego abandonada vocación de pintor, pero también basándose en sus convicciones acerca del arte de la novela, Pamuk la concibe como una gran pintura paisajística en la que nos adentramos aislándonos de la propia vida, transformando las palabras en imágenes visuales. La novela, o más precisamente el efecto que produce, diferente al de las artes plásticas o el cine y cómo se logra este efecto es el gran tema del libro. ¿En dónde reside el placer de leerlas? ¿Por qué el género ha devenido predominante a nivel mundial? ¿Cómo consigue el escritor  darnos la ilusión de estar viviendo otras vidas?  Leer o escribir  una novela, sostiene, obliga a realizar cantidad de operaciones mentales simultáneas, yendo  del “paisaje” novelístico al pensamiento de los protagonistas, de sus  recuerdos a  sus percepciones más cercanas. Realizamos estas operaciones como cuando manejamos un auto y atendemos al mismo tiempo la palanca de cambios, los obstáculos y el recorrido: velozmente, sin ser demasiado concientes de llevarlas a cabo. A esta manera de leer – o escribir – una novela, Pamuk la denomina “ingenua”. Al contrario, cuando lector o escritor prestan gran atención a los procedimientos utilizados en la escritura, la llama “sentimental”, en el sentido de sentimentalisch según Schiller, un estado de ánimo reflexivo, inquisidor, atento a los artificios del texto. “Ser un novelista es el arte de ser ingenuo y reflexivo al mismo tiempo” postula el premio Nobel.
                         Deteniéndose en las grandes novelas, desde Guerra y Paz, En busca del tiempo perdidoLa montaña mágica o Anna Karénina ( una emblemática escena en la que Anna lee en el tren recorre el libro de principio a fin ) hasta el Ulises o Las olas,  las conferencias develan por dónde pasan los atractivos del género. Señalan entre ellos el placer de ver un mundo no desde el exterior, sino a través de los ojos de los protagonistas que viven en él y también cómo leer una novela significa estar inmersos en una lógica no cartesiana, admitir por lo menos dos realidades a la vez. Pero el gran atractivo según Pamuk y una de las ideas más bellas del libro, es que las novelas esconden un centro. Un centro secreto que el escritor intuye y el lector busca. Ese centro, en torno al cual gira  el relato , indefinible e inasible por naturaleza, hace las veces de imán, de amalgama y liga todos los detalles, escenas y avatares del objeto tridimensional de ficción que es la novela dándole profundidad a su sentido.
             Además, para Pamuk, las novelas literarias pueden convencernos de que tenemos el poder de influir en el curso de nuestra vida a través de las propias decisiones: “Cuando, en mi juventud, empecé a tomarme las novelas en serio, también aprendí a tomarme la vida en serio” cuenta. La novela no es  sólo un objeto artístico, actúa como factor de orientación existencial. “El hombre moderno lee y necesita novelas para sentirse como en casa en el mundo, porque su relación con el universo en que vive se ha visto dañada” escribe. Y es  más significativo en tanto se trata de la mirada de alguien para quien la novela actual  comenzó siendo en alguna medida ajena, desarrollada por Occidente, que confiesa haber recurrido al diccionario para descifrar el paisaje de ciertas obras a fin de comprender el sentido y el peso de los objetos mencionados y aún así no haber logrado una cabal idea de  su ambiente.
             El libro, entonces, puede ser leído como un panegírico de la novela, una lúcida descripción de los efectos y operaciones que ésta involucra, un texto que da cuenta de que son arquitecturas poderosas, capaces de cimentar una elección vital. 
                                                                                    María José Eyras
Reseña publicada en el suplemento Cultura del Diario Perfil el Domingo 29 de Abril.

Crítica a “Sin nombre, como la muerte”


“Estoy llevando a mi hijo muerto en el asiento de mi auto. No sé bien porqué. Supongo que para cuidarlo.” Así comienza la acción en la primera novela publicada de Hernán A. Isnardi. La muerte de un bebé, “la ecuación impensada”, es el punto de partida de una narración que alterna el relato en primera persona del padre llevando a su hijo sin vida en el auto, sus reflexiones frente al hecho que lo conmociona y las tituladas “Notas al margen”, desde citas diversas (hay una  de Esteban Espósito, personaje de Abelardo Castillo) hasta un poema.

       Si bien en las reflexiones y notas hace gala de una gran lucidez, el padre, en este viaje al cementerio para enterrar a su hijo, en sus actitudes casi salvajes, se mueve en los bordes de la locura. El recorrido es a la vez una huída y la última oportunidad de cuidarlo. El lenguaje se le revela poderoso y falible al mismo tiempo: único instrumento para llegar al otro y callejón sin salida a la hora de expresar, sin banalizarlos, el dolor, la desesperación frente a lo inconcebible. En el diálogo entrecortado de  padre y madre frente al hecho pavoroso, se abren las grietas de la impotencia, se leen entre líneas los límites de la comunicación. ¿Dónde queda lo humano? ¿Existe acaso otra manera de sobreponerse a ciertos golpes si no es hundiéndose en las arenas movedizas de aquello que no alcanzan las palabras, que no tiene nombre?
       Con una prosa lírica apretada y precisa, Isnardi, poeta y traductor, creador de la revista literaria La máquina del tiempo y editor, logra una novela asombrosa, una esfera acabada, pulida, en torno a un tema que orilla el tabú. Aunque el asunto de esta novela quizá no sea la muerte si no el tiempo. El tiempo y las distintas maneras de estar vivo: desde la dicha, por los laberintos de la angustia, hasta la muerte en vida.


Publicado en el suplemento Cultura de Perfil el domingo 11 de Marzo.





Reseña a “La Erótica del Relato” (Antología)

 Ayer volví a leer el cuento “Y a los perros también” de Hernán Ronsino. Volvió a deslumbrarme. Este relato (que apareció antes de su novela “Glaxo”) está incluído en la antología de cuentos “La erótica del relato”. En su momento la reseñé para la revista virtual “No- Retornable”. Hoy, como una forma de afirmar y celebrar aquella primera impresión sobre el cuento, sumo la crítica completa del libro al blog. 



La erótica del relato. Escritores de la nueva literatura argentina

-compilación de relatos por Jimena Néspolo y Matías Néspolo-
(Adriana Hidalgo, 2009)

“La erótica del relato” reúne cuentos de diecisiete autores con imaginarios diversos, bajo el denominador común de un manifiesto. El criterio de selección - se deduce - nace de la intención de presentar un conjunto de propuestas que comparten cierta afinidad literaria, ya sea estética o ideológica.
Acaso en el marco de cierta discusión actual en la literatura, o de discusiones pretéritas, el grupo toma posición: “Contamos historias. Esas historias incómodas que ya nadie se atreve a contar.” “Asumimos el riesgo y nos tomamos en serio el simulacro. Somos anticuados. Anacrónicos. La posmodernidad nos desubica.” También, en el mismo manifiesto, se postulan filiaciones y antipatías. Sin nombrar a los autores a los que evidentemente se refieren, se declaran “tan hartos del bibliotecario ciego como del ajenjo” y deseosos de no ceder “a los crímenes del Vaticano o a los de los pichiciegos de Oxford.” En la contratapa, continúan las precisiones. Se lee: “La erótica del relato más que una antología es una intervención. Una intervención literaria y cultural que utiliza estrategias de las vanguardias de principios del siglo XX para devolverle a la literatura aquello que ésta, en su afán por sacudir esteticismos rancios y acercar el arte a la vida, terminó olvidando”. La alusión remite a aquellas vanguardias que fueron el marco de otros manifiestos, entre ellos el de la Revista Martín Fierro, de Oliverio Girondo, publicado el 15 de mayo de 1924. Sólo que el tono de aquel, entre el humor y el énfasis paródico, la ironía y el entusiasmo, distaba mucho del tono algo airado, casi beligerante de la introducción de la antología que nos ocupa.
¿Alcanza la enunciación “contamos historias” y la declaración de lealtades y discordias para definir un límite, una pertenencia, en el campo literario? Parece prematuro intentar una respuesta. En todo caso, más allá de polémicas y proclamas, en su mayoría, los cuentos responden, para bien o para mal, a las aspiraciones del manifiesto: cuentan historias, remiten a las pautas de las listas clásicas de instrucciones para cuentistas, cierran, no desentonan.
En “El hachazo”, de Matías Néspolo, se narra la agonía de un viejo que se accidenta cuando procura hacerse de una reserva de leña para el invierno. El relato impresiona por el vigor de sus imágenes y cómo sostiene la tensión. “Las cuatro patas del amor”, de Jimena Néspolo, hace gala de una sutil capacidad de mostrar sin nombrar y logra hacer creíble que el amado puede presentarse bajo cualquier forma, como enuncia en La balada del café triste, Carson Mc.Cullers. O, lo que es lo mismo, que el amado no es más que un estímulo para el amor acumulado durante años en el corazón del amante.
Hay relatos, como “El cansancio y la memoria”, de Mauro Peverelli, o “La entrevista”, de María Casiraghi, en los que la estructura del cuento no es un elemento más al servicio de la historia, y en los que el punto de vista y el armado de la trama logran reforzar y construir el sentido de la misma. A excepción de “Sophie La Belle y las ciudades en miniatura” de Gisela Heffes, entre la ciencia ficción y la estética del cómic, la mayoría de las historias se encuadran en el realismo. El lenguaje que predomina es austero, preciso, parejo, en ocasiones potente y en otras algo impersonal. La generalización debería, sin embargo, dejar al margen dos cuentos que sobresalen en el conjunto. Se trata de “La Presa” de Oliverio Coelho, y de “Y los perros también”, de Hernán Ronsino. En este último, a la fresca sombra de un epígrafe de Apollinaire: Qué otra cosa es el polvo de los caminos sino la ceniza de los muertos…., Ronsino relata, en boca de una chica campesina, la visita al velorio de un tío. El tío es velado a unos kilómetros de la casa de los deudos, en un pueblo del interior, y el cuento transcurre en el tiempo de ir y volver hasta el velatorio. La lectura deja la impresión de haber asistido a una larga e intensa escena (aunque en realidad está jalonado por escenas más cortas) acaso porque todos los elementos incluidos se confabulan a favor de la unidad. El logrado tono del relato, salpicado de aciertos en el uso de expresiones propias del habla en un entorno de pueblo implica un oído entrenado y sensible. También llama la atención la gracia y sensibilidad para la descripción y la inclusión de detalles. Por ejemplo, la escena de la protagonista en la intimidad del baño, sacándose los zapatos para aliviar los pies doloridos. O la imagen de la camioneta, cuando el grupo viene de regreso, que da cuenta del pasaje del camino de asfalto al camino de tierra, donde el autor se detiene en la génesis y el progreso de los remolinos de polvo, que como el tiempo y la muerte – plano de fondo del relato – van envolviendo al vehículo y a sus ocupantes. Así, Ronsino, en el final remite al epígrafe, a la reiteración inevitable de los ciclos y refuerza el sentido del peregrinaje al trasfondo de una historia familiar, con sus rencores y ajuste de cuentas.
“La presa”, de Oliveiro Coelho, por su parte, narra el vínculo entre un manco y una mujer viuda que lo conoce en la iglesia. El manco vive con la madre y no conoce otro placer que el de exhibir su sexo y su muñón en la calle, para desconcertar o atraer la repulsa de mujeres desprevenidas. La viuda está sola y ve en ese hombre discapacitado un posible juguete, un paliativo de compañía. Entre ellos nace una relación ambigua, con matices de compasión, necesidad y atracción morbosa, que avanza hacia un final que, a la vez que sorprende, impone su lógica de venganza. Y testimonia el dolor, o la impiadosa crueldad, que puede resultar de tocar a los otros, en historias personales como las presentadas.
“El agua”, de Marisa do Brito Barrote, “Enfermo terminal”, de Ricardo Romero, entre otros, también merecerían, si no llegara la hora del cierre, un párrafo particular. En síntesis, antología o intervención, la aparición de La erótica del relato es digna de celebrarse en un país que atesora una larga y prolífica tradición de cuentistas. Queda la pregunta acerca de la dirección del manifiesto – porque deja un halo a provocación, a gesto que intenta una repercusión polémica - y la expectativa favorable, dado el oficio esgrimido en la mayoría de las historias presentadas, de que, con el correr del tiempo, los autores dejen atrás el anacronismo y avancen por un camino que les permita ampliar el objetivo, superar la meta y trascender el simulacro.