miércoles, 26 de septiembre de 2012

Lunes


                      
           Escuchen nuestra súplica: devuélvannos los lunes. Así, la semana comienza con brío y no cansina, cansada, en un tardío martes. 

  ¿Por qué se han empeñado en destrozar el calendario?
Loadas sean las buenas intenciones de fomentar el turismo y el consumo. Pero: ¿por qué la saña contra el lunes?

¡Ah, los viernes feriados! Traían hermanado un jueves a la noche delicioso, que parecía viernes pero había llegado antes y duplicaba el día más lindo de la semana. Esta variante dejaba a salvo el domingo, con su melancolía suicida. Interfería menos en el ritmo de nuestro trabajo, era más benigna, más fácil de remontar. 
            

 Si el lunes es feriado, el domingo no deja de ser domingo y se repite, amorfo, insulso, en la cara del feriado siguiente, convirtiendo al fin de semana largo en una extensión interminable, un descanso que se alarga, paradójico, porque sabemos, aunque nos hagamos los distraídos, que la semana nos va a quedar corta, trastocada, escasa para la agenda y lo que esperamos de ella.
¿Por qué no un fin de semana largo que comience el viernes? ¿Por qué no dejamos el 12 de octubre, que cae precisamente viernes, en su lugar? ¡Y se adelanta! Cuánta imaginación.

             Es cierto que puede resultar antipática la idea de trabajar y el lunes feriado demora la instancia de enfrentarla, pero: devuélvannos los lunes. Y si es posible, también los feriados en fecha, fieles al suceso que recuerdan. Y con ellos, la variación ( y el gusto ) de los fines de semana largos diversos. Recuperaremos, entonces, unos con lunes a cuestas, otros de viernes a domingo y el encanto de esos amenos, ligeros francos ágiles y gentiles feriados de antes, en la mitad de la semana.

             Porque hay algo del buen ritmo que tiene que ver con comenzar a tiempo.





viernes, 21 de septiembre de 2012

¿Y el jardín de rosas?

   

    Otra primavera, para esta fecha, se publicó mi primer libro, "La maternidad sin máscaras". Aquí, un fragmento de la introducción. 

Nace un niño, pero nos olvidamos 

completamente de una cosa: en el 
momento en que nace el niño, tam-
bién nace la madre, ésta no existía
antes.



¿Y el jardín de rosas?



  El deseo de escribir este libro nació de mis propias dificultades frente a la  maternidad y de la percepción de conflictos similares en otras madres. Como toda elección, la de ser madre implicaba renuncias y yo no había imaginado hasta qué punto esa experiencia transformaría mi vida.
Un día me encontré con el primer bebé en brazos, sin entrenamiento previo y con escaso o ningún apoyo externo. Tenía una hermosa hija y de verdad me sentía feliz de tenerla. Sin embargo, la angustia, el miedo, las contradicciones, el cansancio, el hartazgo a veces hasta los bordes de la desesperación, no eran menos reales que la plenitud y la alegría. La maternidad tenía un lado oculto, ése que las madres nos comunicamos en silencio cruzando una mirada cómplice, el que se revela en el clásico comentario de las primerizas: “¡Cómo te cambia la vida!”
Mientras criaba a mis tres hijos, comprobé que bastaba mencionar alguna de estas emociones conflictivas, ya fuera a una amiga con quien conversaba en un café, a una madre esperando en la puerta de la escuela o cuidando a su prole en la plaza, para despertar una necesidad latente. Detrás de cada mujer –por fuera pura sonrisa y seguridad–, había alguien que, de pronto, se ponía a contarme sus propias angustias. Y en mi caso particular, si bien la llegada del segundo y del tercer hijo no volvieron a sorprenderme de la misma manera, la maternidad continuaba planteándome desafíos.
Primero había sido el impacto emocional de dar vida, el contacto con el mundo médico, la sensación de estar muy sola con mis bebés; después vinieron las ambivalencias a la hora de repartir energías entre los hijos y el trabajo, el espacio de la pareja y sus conflictos limítrofes con la vida familiar, el tiempo fragmentado y la añoranza de la libertad. [.....]


En algunos capítulos, a la historia personal sumé testimonios de madres que aceptaron que las entrevistara con motivo del libro; en otros incorporé anécdotas espontáneas que fui recolectando a lo largo de la crianza. En todos los casos procuré cambiar nombres y detalles que pudieran delatar la identidad de sus protagonistas. 
A la vuelta de los años, mis hijos son uno de los pilares de mi felicidad. Pero me hubiera gustado llegar más madura y preparada a la instancia de dedicación que requiere la familia. Por eso decidí describir, desde el punto de vista de una madre, los conflictos que atravesé, no muy distintos de los que pueden presentársele a cualquier mujer con aspiraciones propias. Y porque creo que la maternidad, todavía idealizada, continúa siendo concebida como un estado de gracia, de completa felicidad al estilo de los cuentos de hadas. Aunque tener hijos sea una experiencia vital extraordinaria, quizá la más plena de todas, también presenta aristas de las que poco se habla. Y las dificultades de la mujer, soslayadas o desatendidas, corren el riesgo de trasladarse a los hijos o a la pareja, e incluso provocar trastornos en el clima familiar o desencuentros que culminan en rupturas no deseadas.
Ojalá estas páginas alienten la posibilidad de repensar y desentrañar algunas situaciones complejas que implica el desafío de ser madre. Y así, desde una perspectiva realista, desde la toma de conciencia y la aceptación, transitar en mejores condiciones la propia maternidad, sin duda, una experiencia luminosa.

        
María José Eyras
Buenos Aires, enero de 2008