miércoles, 24 de mayo de 2017

Tsunami 2015 - 2016 - 2017

      Sí, fue un tsunami. Una gran ola la arrastró, ahogó y levantó por los aires revueltos de aguas furiosas, en inédito y feroz despatarro de laberintos, confusión y lágrimas. Comenzó a rodar  así, en remolino, y fue un desarmarse sin remedio. Su mente no paraba de dar vueltas, las preguntas se disparaban hacia atrás y hacia el futuro sin dejarla habitar la vida cotidiana. La ola del desvarío mental fue creciendo y perdió energías para la acción. No podía leer, concentrarse, tomar ni la más pequeña decisión sin vacilaciones torpes. Venían, las aguas, entremezcladas, con ríos de llanto. Podían suceder en el momento menos pensado, en la calle, en brazos de un desconocido. El tiempo perdió sentido desarticulado por lagunas de añoranzas, dolores y horas desiertas del desamparo más impiadoso.  Fue de nuevo un bebé indefenso, inerme frente al ritmo y las demandas del mundo. Fue una hoja temblando en vientos de miedo. Inestable, irreconocible hasta para sí misma. 

  ¿Quién era ella ahora? ¿Sola? No sabía estar sola, había salido de una familia con tres hermanos a formar la familia propia. Y tres hijos vinieron. Él se había ido. Los chicos volaban, cada vez pasando menos horas en la casa. Una casa grande, habitada antes, ahora como un vestido varias veces su talle que no la abrigaba. Sola frente a un futuro económico a reconstruir. Sola y asustada al desaparecer la certidumbre de más de treinta años de compartir tareas y recursos como cuando dos tiran del carro. Había vivido en la torpe, anacrónica ilusión de que todo pasaría, menos ellos. Serían abuelos juntos. Seguirían despertando en la misma cama.  Él estaría allí cuando se fueran los padres, los hijos. Recibirían a los nietos. 

La ola la alejó de gente querida, de espacios de trabajo sostenidos largos años, hasta de la propia familia por momentos. No podía salir de ella ni culpar a quiénes se protegían con la distancia de su embarullada tristeza. No sabía con quién hablar de qué, en qué momento, en qué hombro reposar. Se había vuelto torpe, densa.
         Tal vez, tal vez, la ola está rompiendo y poco a poco, sin suavidad, brusca y entre revolcones –no es ni ha sido una ola amable–  y en su caída la devolverá a la orilla. Por momentos se acerca tanto la playa que tiene la esperanza de volver a sentir la tibieza de la arena bajo los pies. La ola la tomó por asalto y dejó en suspenso la vida entera. Y en esa vida, una parte de ella, la aspirante a gladiadora de mundos sutiles, estaba perdida. Hoy quiere volver a ser –o intentarlo– la que siempre quizo: humilde guerrera en la arena de las palabras. 



( No lo ha logrado sola, claro que no. Agradece  a quiénes se acercaron amorosamente –que son legión legión y no enumera para no  cometer la injusticia de omitir a nadie–. A las amigas que llaman. A los hermanos. A la familia toda. Agradece también a las terapias, el tango, el Feldenkreis, el yoga, el blog Sembrar en el desierto,  a quienes la ayudan  día a día en la vida doméstica, a la gente entrañable que acercan el chat, los grupos, las redes.)

A los compañeros y amig@s escritor@s, por acercarle el fuego.
A la escritura, dos veces.

Y a vos, que estás leyendo esta entrada, con creces.


      



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