Desde el aeropuerto Charles de Gaulle
tomamos el R.E.R. Las afueras, un viejo puente, una baranda oxidada en un
descampado, y allí, de pronto, cuelgan cuatro maceteros con flores. "
Embellir", es la primera palabra que se me ocurre llegando a París.
Almorzamos a la vuelta del
departamento en Rue Monsieur Le prince, a metros del jardín de Luxemburgo: otra
vez me llaman la atención los pies de los varones franceses, los prietos
zapatos acordonados de gamuza, de un número más vale pequeño del monsieur que
nos atiende ; los aros color ámbar que combinan con la blusa y el sombrero
de la señora mayor, en la otra mesa; cierta elegancia de las mujeres que pasan
llevando vestidos, sandalias bajas, chatitas; el espesor y suavidad de la
servilleta; le goût pour le détail. En un par de días, yo también me pondré un
vestido, para no desentonar.
Patio del Louvre, foto Carlos Barral |
Toman por Saint Michel, luego de dar
una mirada a los Monoprix más cercanos, cruzan el Sena y recalan por fin
en la cour del Louvre. En ese imponente espacio testimonio de la ambición
francesa, en un París desbordado de turistas, los pies cansados, de pronto, una
música. Ella divisa, bajo el portal, el perfil de un hombre. Asoman sus jeans,
el brazo empuñando el arco, una melena flotante cenicienta. A prudente
distancia, un niño lo observa con admiración curiosa. Atraviesan el portal,
y en el otro patio, frente a la gran pirámide vidriada, se recuestan en
unos escalones a escuchar la melodía del chelo, el runrún de sus
pensamientos. El sol comienza a caer dorando el gran patio. La pieza termina,
ella se acerca al músico. Ha abandonado el instrumento y fuma de espaldas, a un
costado. ¿Dónde dejar la moneda? No hay gorra ni estuche a la espera. La apoya
sobre el mismo chelo, que está de canto: ¡click! y el músico se da vuelta.
–¿C'est pas correct? ¿Vous ne voulez
pas de l' argent?–. Él se inclina en decimonónica reverencia, le toma la mano
en ademán de besarla, la hace llegar hasta casi sus labios. Y le ofrece dedicarle
la próxima partitura, ¿plustôt classique ou plustôt romantique? –Romantique–
pide ella. Será entonces de un ruso que le puso letra a un poema de Pushkin,
dice el músico. Y la visitante recién llegada, que ya no es tan joven, que ha
hecho una pregunta tonta, siente que es recibida en París, es menos una
extraña, está reconfortada.
foto Carlos Barral |
Bajo
la gran pirámide de vidrio, dominando el espacio del hall de acceso al museo,
la figura gigante de un encapuchado: ¿Es un monje, un verdugo? ¿O es
Ella? Unos metros más adelante, una mujer y una adolescente, subidas a unos
tacos de cemento, la mano en alto, los dedos juntos, se sacan fotos. Saldrán,
así, tocando la punta de la moderna estructura, gracias al engaño de la
perspectiva.
El texto me permitió imaginarte en esos lugares. Y recordarlos. Hermosas fotos. Gracias. Lilly
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