viernes, 20 de septiembre de 2013

Paris 1. Patio del Louvre, minicrónica


             Desde el aeropuerto Charles de Gaulle tomamos el R.E.R. Las afueras, un viejo puente, una baranda oxidada en un descampado, y allí, de pronto, cuelgan cuatro maceteros con flores. " Embellir", es la primera palabra que se me ocurre llegando a París. 

         Almorzamos a la vuelta del departamento en Rue Monsieur Le prince, a metros del jardín de Luxemburgo: otra vez me llaman la atención los pies de los varones franceses, los prietos zapatos acordonados de gamuza, de un número más vale pequeño del monsieur que nos atiende ; los aros color ámbar que combinan con la blusa y el sombrero de la señora mayor, en la otra mesa; cierta elegancia de las mujeres que pasan llevando vestidos, sandalias bajas, chatitas; el espesor y suavidad de la servilleta; le goût pour le détail. En un par de días, yo también me pondré un vestido, para no desentonar.


Patio del Louvre, foto Carlos Barral 



            Toman por Saint Michel, luego de dar  una mirada a los Monoprix más cercanos, cruzan el Sena y recalan por fin en la cour del Louvre. En ese imponente espacio testimonio de la ambición francesa, en un París desbordado de turistas, los pies cansados, de pronto, una música. Ella divisa, bajo el portal, el perfil de un hombre. Asoman sus jeans, el brazo empuñando el arco, una melena flotante cenicienta. A prudente distancia, un niño lo observa con  admiración curiosa. Atraviesan el portal, y en el otro patio, frente a la gran pirámide vidriada, se recuestan en  unos escalones a escuchar la melodía del chelo, el runrún de sus pensamientos. El sol comienza a caer dorando el gran patio. La pieza termina, ella se acerca al músico. Ha abandonado el instrumento y fuma de espaldas, a un costado. ¿Dónde dejar la moneda? No hay gorra ni estuche a la espera. La apoya sobre el mismo chelo, que está de canto: ¡click! y el músico se da vuelta.  

            –¿C'est pas correct? ¿Vous ne voulez pas de l' argent?–. Él se inclina en decimonónica reverencia, le toma la mano en ademán de besarla, la hace llegar hasta casi sus labios. Y le ofrece dedicarle la próxima partitura, ¿plustôt classique ou plustôt romantique? –Romantique– pide ella. Será entonces de un ruso que le puso letra a un poema de Pushkin, dice el músico. Y la visitante recién llegada, que ya no es tan joven, que ha hecho una pregunta tonta, siente que es recibida en París, es menos una extraña, está reconfortada.

foto Carlos Barral
    Bajo la gran pirámide de vidrio, dominando el espacio del hall de acceso al museo, la figura gigante de un encapuchado: ¿Es un monje, un verdugo? ¿O es Ella? Unos metros más adelante, una mujer y una adolescente, subidas a unos tacos de cemento, la mano en alto, los dedos juntos, se sacan fotos. Saldrán, así, tocando la punta de la moderna estructura, gracias al engaño de la perspectiva.


           


1 comentario:

  1. El texto me permitió imaginarte en esos lugares. Y recordarlos. Hermosas fotos. Gracias. Lilly

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