En
La muerte en occidente , Philippe Ariès escribe: “Las aparentes manifestaciones de duelo se han vuelto reprobables y
desaparecen. Ya nadie va de luto ni adopta un atuendo distinto del que usa cada
día.
Un
pesar demasiado patente no inspira piedad, sino repugnancia; es indicio de
perturbación mental o de mala educación; es morboso. […] Queda el derecho a llorar donde nadie pueda vernos ni oírnos: el
duelo solitario y vergonzoso es el único recurso, como una especie de
masturbación” . A partir de esta idea puede abordarse la inquietante trama
de la última novela de Andrés Neuman. Siguiendo la línea de Ariès, el autor
señala el nuevo tabú que pesa sobre los hombres. Si en la era victoriana se
trataba de la autosatisfacción, en una sociedad que se pretende productora de
bienestar y felicidad, le toca el turno al duelo íntimo. El duelo produce en
los otros un eco impaciente, un “ya está” imperioso. La tristeza ajena no se
tolera, no está bien vista y debe pasar rápido. Las consecuencias de este tabú
son nefastas. Sostiene Ariès: “Se llega a
creer incluso, tras las observaciones de Gorer, que el rechazo de la pena, la
prohibición de manifestarse públicamente y la obligación de sufrir a solas y
escondido agravan el traumatismo originado por la pérdida de un ser querido”.
En
la novela, un padre enfermo terminal parte de viaje con su hijo de diez años
para fabricarle un último recuerdo. Recorren juntos un territorio donde los
nombres de los lugares son alusiones a mundos literarios: Fuentevaca, Comala de
la Vega. La madre, mientras tanto, como una moderna Penélope o su antítesis,
transforma la espera en una exploración activa de las posibilidades de su
propio cuerpo. ¿Qué relación existe entre el duelo y el deseo? ¿Cómo
sobrellevar el dolor? Es acaso entonces, no en nuestro tiempo libre si no en
nuestro tiempo más grave cuando es necesario que el deseo actúe. Como si, contrariando
la acepción francesa “la petite morte”, la vida fuera toda ella una gran muerte
y el orgasmo, en cambio, una pequeña resurrección. “Necesito una agresión.
Necesito que alguien me recuerde que estoy en mí. Necesito a Ezequiel como a
una raya”, escribe la protagonista.
“No hablo de amor. El amor no puede entrar en las deshabitadas. O entra
y no encuentra nada. Hablo de asistencia urgente. De reanimación eléctrica.”
Hablar
solos, título que también hace referencia al mecanismo de la literatura, al escribir,
explora en profundidad el vínculo perturbador y decisivo entre la instancia del
duelo y el deseo. Duelo y placer unidos por el cuerpo.
Publicada en el suplemento Cultura del diario Perfil el domingo 9 de diciembre.
Publicada en el suplemento Cultura del diario Perfil el domingo 9 de diciembre.
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