“Estoy llevando a mi
hijo muerto en el asiento de mi auto. No sé bien porqué. Supongo que para
cuidarlo.” Así comienza la acción en la primera novela publicada de Hernán A.
Isnardi. La muerte de un bebé, “la ecuación impensada”, es el punto de partida
de una narración que alterna el relato en primera persona del padre llevando a
su hijo sin vida en el auto, sus reflexiones frente al hecho que lo conmociona
y las tituladas “Notas al margen”, desde citas diversas (hay una de
Esteban Espósito, personaje de Abelardo Castillo) hasta un poema.
Si bien en las reflexiones y notas hace gala de una gran lucidez, el
padre, en este viaje al cementerio para enterrar a su hijo, en sus actitudes
casi salvajes, se mueve en los bordes de la locura. El recorrido es a la vez
una huída y la última oportunidad de cuidarlo. El lenguaje se le revela
poderoso y falible al mismo tiempo: único instrumento para llegar al otro y
callejón sin salida a la hora de expresar, sin banalizarlos, el dolor, la
desesperación frente a lo inconcebible. En el diálogo entrecortado
de padre y madre frente al hecho pavoroso, se abren las grietas de
la impotencia, se leen entre líneas los límites de la comunicación. ¿Dónde
queda lo humano? ¿Existe acaso otra manera de sobreponerse a ciertos golpes si
no es hundiéndose en las arenas movedizas de aquello que no alcanzan las
palabras, que no tiene nombre?
Con una prosa lírica
apretada y precisa, Isnardi, poeta y traductor, creador de la revista
literaria La máquina del tiempo y editor, logra una
novela asombrosa, una esfera acabada, pulida, en torno a un tema que orilla el
tabú. Aunque el asunto de esta novela quizá no sea la muerte si no el tiempo.
El tiempo y las distintas maneras de estar vivo: desde la dicha, por los
laberintos de la angustia, hasta la muerte en vida.
Me gustó esa novela
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