Escuchen nuestra súplica: devuélvannos los lunes. Así, la semana comienza con brío y no cansina, cansada, en un tardío martes.
¿Por
qué se han empeñado en destrozar el calendario?
Loadas sean las buenas intenciones de fomentar el turismo y el consumo. Pero:
¿por qué la saña contra el lunes?
¡Ah, los viernes feriados! Traían hermanado un jueves a la
noche delicioso, que parecía viernes pero había llegado antes y duplicaba el
día más lindo de la semana. Esta variante dejaba a salvo el domingo, con su
melancolía suicida. Interfería menos en el ritmo de nuestro trabajo, era más
benigna, más fácil de remontar.
Si el lunes es
feriado, el domingo no deja de ser domingo y se repite, amorfo, insulso, en la
cara del feriado siguiente, convirtiendo al fin de semana largo en una
extensión interminable, un descanso que se alarga, paradójico, porque sabemos,
aunque nos hagamos los distraídos, que la semana nos va a quedar corta,
trastocada, escasa para la agenda y lo que esperamos de ella.
¿Por qué no un fin de semana largo que comience el viernes?
¿Por qué no dejamos el 12 de octubre, que cae precisamente viernes, en su
lugar? ¡Y se adelanta! Cuánta imaginación.
Es
cierto que puede resultar antipática la idea de trabajar y el lunes feriado demora
la instancia de enfrentarla, pero: devuélvannos los lunes. Y si es posible,
también los feriados en fecha, fieles al suceso que recuerdan. Y con ellos, la variación ( y el gusto
) de los fines de semana largos diversos. Recuperaremos, entonces, unos con
lunes a cuestas, otros de viernes a domingo y el encanto de esos
amenos, ligeros francos ágiles y gentiles feriados de antes, en la mitad de la
semana.
Porque
hay algo del buen ritmo que tiene que ver con comenzar a tiempo.