A cien años de su nacimiento y treinta de la publicación de su novela más célebre, "El amante". ediciones y homenajes acompañan el suceso. La Alianza Francesa, entre el 21 y el 25 de abril, organiza un ciclo de conferencias multidisciplinarias, proyección de películas y encuentros. Al mismo tiempo, la editorial Paidós acaba de editar "La pasión suspendida", una serie de entrevistas que la escritora concediera a Leopoldina Pallota della Torre en 1989.
¿Por qué la vida y la obra de la autora de El
amante han despertado toda clase de reacciones menos la indiferencia? A cien años de su nacimiento, treinta de
la publicación de la célebre novela , ediciones y homenajes acompañan el
suceso. La Alianza Francesa, sede Córdoba, organiza un ciclo de conferencias
multidisciplinarias, cine y encuentros. Del 21 al 25 de abril se realizarán
mesas, se proyectarán las
entrevistas “Écrire” y “La couleur de mots” cerrando con el debate y proyección
de “Hiroshima mon amour”, dirigida por Alain Resnais. A la biografía novelada Marguerite, Intensidad y dolor de una vida
de Sofía Buzoli y los títulos que viene editando Cuenco del Plata se suma, en Argentina, un libro inédito en
castellano: Marguerite Duras, la pasión
suspendida/Entrevistas con Leopoldina Pallota della Torre. En traducción de
César Aira, estas entrevistas
ofrecen la oportunidad de recuperar la voz singular de Duras. Concedidas a los
setenta y cinco años, dan la sensación privilegiada de asistir a la narración oral de su vida. La entrevistadora, con conocimiento exhaustivo de la
trayectoria de su interlocutora, evita las clásicas digresiones durasianas y custodia el orden:
primero aborda la infancia en Vietnam; luego los años parisinos; más tarde los
caminos de la escritura; la relación de Duras con otras artes; y por fin, la pasión y los lugares, ejes de su poética.
Las respuestas deparan
no pocas revelaciones. Della Torre comienza preguntando: ¿Piensa que tuvo una
infancia especial? “A veces creo que toda
mi escritura nace de ahí, entre los arrozales, las selvas, la soledad. De esa niña
flaca y despistada que era, pequeña blanca de paso, más vietnamita que
francesa, siempre descalza, sin horarios, sin modales, habituada a contemplar
el largo crepúsculo sobre el río, la cara quemada por el sol.” Este reconocimiento del lugar de la infancia
en su obra es crucial. Duras se nutre del paisaje de desiertos y selvas en un
mundo doméstico en el que pervive algo del orden de lo salvaje, un apego
animal a la vida. Cuenta que comía pescado, arroz y al trasladarse a París no
le fue fácil tomar los modales, el tono occidentales: “de pronto me vi obligada a ponerme zapatos y a comer carne”, dice.
¿Hasta dónde llega la influencia de esta infancia y adolescencia en libertad, a
merced de una madre viuda, pobre y desbordada en la Vietnam colonial? La vida
de Duras da la respuesta. De los años parisinos y su afiliación al PCF,
precisa: “ Sigo siendo una comunista que no se reconoce en el comunismo. Para
adherir a un partido hay que ser autista, neurótico, sordo y ciego en cierta
forma” . Y luego, lúcida, tajante, agrega: “Todo intento de simplificar la conciencia del hombre tiene en sí algo
de fascista”. También se muestra contraria a los límites que imponen el feminismo, los
géneros literarios y, desde muy pequeña, los tabúes y prejuicios sexuales. El
mismo espíritu de niña indómita se
sostiene en sus vínculos de adulta, en la franqueza con que se refiere al
alcoholismo, a sus relaciones con Mitterrand, Lacan, la
homosexualidad y Yann Andréa, su último compañero. Duras responde sin ambages
sobre Dios, la felicidad, el azar, la relación de sus libros con aspectos de su vida; sobre sus
contemporáneos Albert Camus, Jean
Paul Sartre, Nathalie Sarraute, Phillipe Sollers, Georges Bataille, Roland Barthes, sus disensos y coincidencias. Pero es al escribir, en esa escritura en la que se suspenden las reglas
sintácticas y la linealidad expresiva, donde queda plasmado su espíritu sin
sujeciones. A propósito de El amor,
dice: “No es una historia de amor, sino
todo lo que, en la pasión, queda en suspenso, en la imposibilidad de ser
nombrado.” Esta definición, que ilumina el título de las entrevistas,
puede, a su vez, aplicarse a la
escritura de Duras, a las pausas, los agujeros en un encadenamiento de
significaciones que la constituyen.
Una escritura que –según ella misma la define– parte del habla y sus
silencios; en la que el sentido se construye a través de estas suspensiones, blancos que invitan al lector a
desplegar su propio imaginario.
¿Por qué leer hoy a
Marguerite Duras, entonces? Silvio Mattoni, autor del prólogo a las entrevistas,
responde: “En la literatura, su huella es una excavación de la frase narrativa,
que pierde toda clase de complementos, que se adelgaza como una cuña de acero
clavada en la tierra de la lengua natal. En tal sentido, su legado sería el de
leer y escribir sin concesiones, sin adornos, sin hacer frases bien armadas. Leer
hoy a Duras es reencontrarse con una singularidad, un estilo que no tiene
comparación. Quizá no se la lea para seguirla, ya que es inimitable como todo
gran estilo, sino para recibir el impacto de una intensidad, para tener esa
experiencia que también impulsa a seguir leyendo, vale decir, a seguir
escribiendo, una vez más. “ Y es así porque la niña indómita de las letras francesas se encuentra entre
los contados autores que – además de escribir– han logrado, sin duda, dejar la impronta de una voz propia.